—¿Tres semanas?
—Bueno, con dos estamos bien,
medio justos, pero bien. ¿Qué te parece?
—No sé, está lo de la obra…
—Pero si todavía no ensayan...
Pere sabe que la obra de
teatro que tanto quiere hacer está en ese momento en el que depende de un sí o
no externos a él y que poco puede agregar a lo que ya ha hecho para hacer
triunfar su opción. Pero irse de viaje ahora, le parece un abandono.
—No sé, Ali, no me parece el momento —responde.
—¿Y cuándo sería el momento de
tomarnos tres semanas para estar juntos?
¿Cuando la obra empiece y yo pase meses sola de noche, esperando que llegues a
casa después de los ensayos? ¿Cuando ocupe los fines de semana con boludeces
mientras esté la obra aquí o las semanas completas
cuando te vayas de gira?
—¿Me lo reprochas por
adelantado? ¿Esto es por lo que no sabemos si va a pasar o por las veces
anteriores?
Ali se da cuenta de que equivocó la
estrategia y, mientras trata de pensar la manera de replantearla, le escucha
decir:
—Primero, los
productores tienen que soltar la pasta, luego los ensayos, con suerte llegar al
estreno y tal vez, solo tal vez, tener el suficiente éxito como para salir de
gira… ¿De veras
quieres hacerme sentir culpable para que te acompañe a un viaje?
—Perdón, perdona —se
apura a contestar ella superponiéndose.
Se quedan callados, mirando cada
uno a un costado, con las tazas del desayuno humeante frente a sus caras. Están
agotados, no enfadados. El silencio se prolonga más allá de lo cómodo.
—¿Y a dónde sería ese viaje? -pregunta
Pere mirándola con sus ojos penetrantes.
—Londres, Bruselas, París y
Boulogne-sur-mer —responde ella en voz muy baja.
—Mucha pasta, ¿no?
—Nos alcanza—afirma ella, volviendo su mirada hacia él con los ojos
iluminados. Y agrega—: Si no tuvieras tus
sueños, si no tuvieras tus miedos, si no te viera fabricar mundos sobre los
escenarios, posiblemente no te quisiera tanto… como te quiero.
Él le aparta el pelo de la cara y
le sonríe, resignado.
—¿Y qué se nos ha perdido en
Boulogne-sur-mer?, dime.
—San Martín murió ahí.
—Ay, no, cosas de las colonias,
¡claro!
—¡Hace rato y precisamente por
él es que ya no somos sus colonias, ¡eh!
—Anda, me dices a mí, pero tú
sí que estás loca con esas manías que te dan por tu tierra… ¡Hace 25 años que
vives en Barcelona!
—Es que a ustedes nunca se les
quita lo imperialistas, ¿por qué se me iba a pasar a mí lo de revolucionaria?
—Uf, sí. La mismísima
Pasionaria, mira.
—¡Colonialista! —le dice ella mientras recoge los
restos del desayuno—, después no me vengas con L’estaca, ¿eh?
—¡Calla, mujer! —responde Pere mientras empieza a cantar—: “Si estirem tots ella caurà…”.
—¡Callate, por favor! Que los pueblos deprimidos no vencen. ¡Nada grande
se puede hacer con tristeza!
—¡Anda!, ¿quién dijo eso, el traidor ese de tu San Martín? —a ella le
hacía gracia cuando él llamaba traidor al Libertador de América.
—No, don Arturo Jauretche
—¿A él también le visitaremos?
Y esa fue su manera de aceptar el viaje.
Al otro día ya tenían los pasajes para volar a Londres dos días después.